LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

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LOS MÁRTIRES DE CEROCAHUI Y UN GOBERNADOR INCAPAZ

Por Benjamín M. Ramírez

Era de noche y recibíamos con pesar la noticia del asesinato de seis sacerdotes jesuitas profesores de la Universidad Centroamericana, UCA, de San Salvador. La noche del 16 de noviembre de 1989, junto a los seis jesuitas, también murieron dos colaboradoras, una de ellas de 15 años. Eran los tiempos difíciles de la guerra civil en El Salvador.

Entre los mártires de la UCA se encontraba el sacerdote español, nacionalizado salvadoreño, Ignacio Ellacuría: había desafiado a la dictadura con la palabra y la escritura, “Bajar a los crucificados de la cruz”, expresión muy ellacuriana, según relata Tamayo en su artículo “Ellacuría vive”, publicada en El País.

El reto que Ignacio Ellacuría lanzara, a partir de sus reflexiones teológicas y filosóficas, así como cuestiones éticas y de derechos humanos, en contra de la dictadura salvadoreña le costó la vida, al igual que sus compañeros. Quienes pudieron presenciar los cuerpos inertes en las habitaciones universitarias narran la saña con la que fue perpetrada la masacre.

Yo tendría escasos cuatro años cuando fue asesinado Rutilio Grande —12 de marzo de 1977— sacerdote jesuita de origen salvadoreño; y siete, para cuando Monseñor Romero —el 24 de marzo de 1980, fuera ultimado, de un tiro de bala dirigido al tórax, mientras celebraba la eucaristía: un día antes, en la celebración dominical, había demandado el cese de la represión en contra del pueblo salvadoreño y exigió a las autoridades estadounidenses que no mandaran más armas al gobierno de El Salvador.

Algunas partes de la historia las puede ver en las películas Salvador, dirigida por Oliver Stone, y Romero, bajo la dirección de John Duigan, y la magnífica actuación de Raúl Julia, así como la película Voces inocentes, de Luis Mandoki, que narra parte de la cruenta guerra civil que provocó la muerte de más de cien mil personas, la mayoría de ellos pobres y campesinos, así como miles más de desaparecidos y desplazados.

Icónicas son las imágenes de “El Playón”, el basurero de cadáveres durante la guerra civil en este país centroamericano.

El libro “El martirio en América Latina”, del P. Ferrari, que compila todos los asesinatos de sacerdotes, religiosos y religiosas, así como laicos y personas relacionadas con la iglesia, que han ofrendado su vida por causa del evangelio, destaca la violencia con la que se cometieron los crímenes, muchos de ellos sin resolver o que los perpetradores, autores materiales e intelectuales, jamás han sido llevados a la justicia, pero también relata los actos heroicos, a la luz de la fe, que acompañaron su inmolación y martirio.

El libro es una dura denuncia en contra del poder del capital, de las ambiciones de los poderosos, de la cultura de la muerte, de la opresión, de la injusticia, de la represión y la desigualdad, situaciones que se ven interpeladas por la luz del evangelio. Y es por ello que los poderosos se ven obligados a matar al profeta, por anunciar la Buena Nueva. Palabras como justicia, solidaridad, igualdad, vida y evangelio constituyen una amenaza in situs del status quo.

De “El martirio en América Latina” recuerdo el sacrificio de Ezequiel Ramín y el de Osmundo Bilbao, ambos misioneros combonianos del corazón de Jesús. El primero asesinado por su lucha en contra de los fazendeiros (terratenientes) en el estado de Rondonia, Brasil y el segundo, ultimado en la Uganda bajo la dictadura de Idi Amín.

Así como recibí la noticia de la inmolación y sacrificio de Ellacuría, o el impacto que ha provocado en mi vida el testimonio de tantos mártires  que transformaron en vida el evangelio, también así recibí, consternado, la noticia de los homicidios de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, asesinados cuando intentaron resguardar la vida de una persona que buscó refugio en las instalaciones de la iglesia. El homicida disparó en contra de los dos presbíteros por proteger a la víctima a la que infructuosamente trataron de socorrer.  Los cadáveres fueron sustraídos por un comando y hasta el cierre de esta entrega aún no aparecen.

Las instancias judiciales de Chihuahua dan palo de ciego al no poder contener la ola de violencia que azota al estado, y lo mismo sucede a nivel federal.

El provincial de la Compañía de Jesús en México, Luis Moro, destacó que continuarán con sus labores pastorales, educativas y sociales. Asimismo, mencionó  que al no contar con los cuerpos de los sacerdotes asesinados, se debe recordar a las más de 100 mil personas que no han sido localizadas. También describió la suerte “de miles de desplazados y de migrantes que no volverán jamás”.

Conocedor del trabajo pastoral, educativo y social de la comunidad de los sacerdotes jesuitas, cuya presencia  académica la podemos apreciar a través de la Universidad Iberoamericana, así como las comunidades atendidas por la Compañía de Jesús, no dudo del compromiso eclesial, humano, pastoral y social que habrían desarrollado los jesuitas asesinados la tarde del lunes pasado.

La comunidad de la Compañía de Jesús, el Episcopado Mexicano, las comunidades y las autoridades eclesiásticas se han sumado a la petición de detener la ola incontenible de violencia que azota a la entidad de Chihuahua, denunciando al mismo tiempo la ineptitud de quienes gobiernan, al no poder garantizar la seguridad y la tranquilidad de quienes se han visto afectados en sus bienes y en su integridad física, incluso hasta perder la vida.

“No es sólo el que aprieta el gatillo sino también aquellos que teniendo el poder para detener esta barbarie y prefieren no hacer nada, ellos también son cómplices”, denunció Moriel Herrera, sacerdote en la Sierra Tarahumara.

Parafraseando a Martin Luther King: el problema no es de quien aprieta el gatillo sino la indiferencia de las autoridades y el silencio de las comunidades.

Anexo, a propósito de la inmolación de los jesuitas, unas letras de la canción Yo te nombro, interpretada magistralmente por Nacha Guevara.

[…]

Por la idea perseguida. Por los golpes recibidos.

Por aquel que no resiste. Por aquellos que se esconden.

Por el miedo que te tienen. Por tus pasos que vigilan.

Por la forma en que te atacan. Por los hijos que te matan

Yo te nombro, Libertad.

Por las tierras invadidas. Por los pueblos conquistados.

Por la gente sometida. Por los hombres explotados.

[…]

Gobernador incapaz.

Pensé que el gobernador de Veracruz era incapaz, según lo determinó el Presidente de la República: incapaz de fabricar delitos y perseguir a sus enemigos políticos. Yo creo que Cuitláhuac es incapaz de cumplir, a cuatro años de su mandato, las promesas realizadas a los veracruzanos.

También se suman a la incapacidad de resolver problemas y solucionar todo a través de declaraciones  la gobernadora de Chihuahua, Maru Campos y el gobernador del “Nuevo” Nuevo León, Samuel García.

Concluyo. Externo mi más enérgica exigencia a las autoridades federales y locales de Chihuahua a resolver el asesinato de los sacerdotes jesuitas y de castigar a los culpables. Y un llamado urgente a la comunidad para, como afirmara Gandhi que no hay camino para la paz, la paz es el camino, empezar a construir la paz.

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