LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

LA FURIA DE TLALOC Y LOS DESAMPARADOS.

Que todo transcurra en un abrir y cerrar de ojos, de improviso, de inmediato; que tus bienes sean arrastrados por el agua, tu casa inundada. Efímera o momentánea, llega la muerte por el lodo, por el agua, por la irresponsabilidad de quienes gobiernan.

Sucedió en Tula, Ecatepec, Tlalnepantla. Las aguas de la gran ciudad, CDMX y las del Estado de México arrastraron a la desgracia a las familias de Hidalgo. Indolentes, las autoridades de los distintos niveles de gobierno, de las diferentes dependencias gubernamentales, se lavan las manos.

Así lo explica Zoe Robledo, director general del IMSS, para justificar su ineptitud frente a los decesos del Hospital General de Zona Número 5 ubicado a pocos metros del río Tula: no estaban advertidos.

Lo cierto es que las plantas generadoras de energía del nosocomio, que se encontraban en la parte baja, colapsaron por el golpe de agua dejando sin servicio de oxigenación a los pacientes internados por COVID-19  y sin el suministro de energía eléctrica para su funcionamiento. Por estos hechos se contabilizan 17 fallecidos.

Los familiares de los pacientes internados en el nosocomio fueron los primeros en llegar a pesar de la avenida de agua, por ello acusan a las autoridades de una reacción tardía, casi criminal.

Hasta ahora nadie asume su responsabilidad. Ni las instancias federales como Protección Civil o CONAGUA ni las dependencias estatales como primeros respondientes ante la magnitud del siniestro: el gobernador Omar Fayad y el presidente municipal de Tula, Manuel Hernández Badillo, también se lavan las manos y no quieren asumir los costos de la tragedia.

Miles de familia se encuentran sumidas en la desgracia al perder todo.

La dimensión devastadora de la tragedia aún no se concibe porque sigue lloviendo. Se han registrado otras desgracias lamentables como los de Tlalnepantla, en el Estado de México, con el derrumbe del cerro El Chiquihuite, en el que se reporta una persona fallecida y diez más desaparecidas, así como la inundación registrada en Ecatepec, con pérdidas de bienes, muertos y personas desaparecidas.

Frente a estos lamentables hechos que se pueden prevenir, tal como lo manifiestan los vecinos del cerro El Chiquihuite, que alertaron a las autoridades correspondientes sobre el deslave del cerro y la erosión del terreno por la bajada de agua. Nadie acudió a la zona, hoy considerada la Zona Cero.

Las autoridades deben ser sancionadas por la omisión de una responsabilidad administrativa que ha costado a las familias la pérdida, en muchos casos, de la totalidad de sus bienes. “Sólo vienen por los votos”, acusan los vecinos.

Las autoridades, en sus diversas instancias, le apostarán al olvido, a las falsas promesas de que en la siguiente avenida de aguas será diferente: “Ahora sí estaremos preparados”. Lo cierto es que los vecinos vivirán en la zozobra, con el Jesús en la boca, de que en lo alto Dios tenga misericordia o que Tlaloc aplaque su furia.

Seguirá lloviendo: en Tabasco, Sinaloa, Hidalgo, Veracruz y otras entidades sufrirán, como siempre, la furia de la naturaleza.

«—“Tienes que estar preparado, hijo. —Dice mi madre. Porque te quedas sin nada. Sin agua, sin comida, sin ropa. Las cosechas inundadas, tus animalitos ahogados. Ni el “tapanco” se salva. Todo se lo lleva el agua.

Me llega el gran ruidazal del correr de las aguas, como en el cuento “Es que somos muy pobres”, de Juan Rulfo: “Aquí todo va de mal en peor”.

En otro orden de ideas, mucho se dice sobre la deposición de la estatua de Colón por la de Tlali. En lo particular no soy muy amante de los monumentos o de la escultura, salvo excepción del ángel de la independencia que no es ángel o del monumento a la Revolución Mexicana.

Lo cierto es que en este país nada cambia. No dice nada cambiar un monumento por otro. El cambio debe ser radical, empezando por una deconstrucción de los hábitos, prácticas, costumbres y valores adquiridos y reforzados  por siglos de dominación. No se trata de olvidar, se trata de construir nuevas ideas, formas de pensar, una cosmovisión tal como lo plasmaran Alfonso Reyes en su “Visión de Anáhuac”, o José Vasconcelos con su “Ulises Criollo” o su “Raza cósmica”.

Es necesaria una autorreflexión sobre la auténtica mexicanidad que no se expresa sólo con el alcohol, con la música de mariachi o los sones veracruzanos, los picantes, los antojitos mexicanos, el pozole verde, la moronga o el menudo.

Es necesario despojarnos de todo aquello que nos ata al subdesarrollo, a un pensamiento mediocre del “ya merito”, del “después”, “de hacer sándwich”, en lugar de hacer goles, de lamentar el “no fue penal”. Dejar de alimentar el intelecto con programación televisiva, chatarra que evidencia la estulticia del mexicano con solemnidad, como “la familia Peluche”, “Vecinos”, “Nosotros los guapos”, “María de todos los ángeles o “La rosa de Guadalupe”.

Es necesario un proyecto de introyección que nos posibilite una auténtica transformación. A la nación le urge y queda muy poco tiempo como para estar indecisos.

Debemos dejar a un lado el patriotismo falso de las banderitas en septiembre, de la historia implantada en la mente de los más jóvenes, la leyenda de unos esqueletos encontrados alrededor del cerro de Chapultepec, y asumir el peso del “Si hubiera parque no estarían ustedes aquí” en el costo de la reconstrucción de la nación.

La patria nos lo demanda.

Benjamín M. RamírezOpinión
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